El entorno social, económico y
cultural que rodea a los ciudadanos adultos ha cambiado sustantivamente en los
últimos quince años. La revolución de la tecnología informática ha provocado
una mutación radical de las formas de producción, difusión y consumo del
conocimiento y la cultura. Distintos investigadores sociales han propuesto
diversas denominaciones para identificar la nueva época en la que vivimos.
Algunos de esos términos son "sociedad del conocimiento",
"sociedad postindustrial", "hipercapitalismo",
"postmodernidad", "sociedad informacional", “era digital”
(Para una mayor profundización sobre las características de nuestro presente
pueden consultarse los trabajos de Bericat, 1996; Varios, 1996; Bustamante,
1998; Castells, 2000, Giddens, 2000).
Independientemente de los nombres que le pongamos al tiempo actual,
existe consenso en afirmar que en los países altamente desarrollados (de
Europa, América del Norte, del Pacífico oriental…) se ha producido una
importante y profunda transformación de las estructuras y procesos de
producción económica, de las formas y patrones de vida y cultura de los
ciudadanos, así como de las relaciones sociales ( ). La aparición de las cadenas privadas de
televisión junto con el desarrollo de la televisión digitalizada y de pago; la
penetración de los ordenadores personales en los hogares y en consecuencia el
acceso al multimedia y las redes telemáticas; la informatización de la mayor
parte de las actividades comerciales y laborales; la telefonía móvil y los
servicios de información que se ofrecen; la expansión de Internet, ..., están
provocando nuevas necesidades formativas y de conocimiento en los ciudadanos.
El acceso y uso inteligente de este conjunto de artilugios y tecnologías requieren
de una persona con un tipo y nivel de cualificación distinto del que fue necesario
hasta la fecha. Interaccionar con un sistema de menús u opciones, navegar a través
de documentos hipertextuales sin perderse, otorgar significado a los múltiples datos
e informaciones encontradas, acceder al correo electrónico y lograr comunicarse
mediante el mismo, ser crítico ante la avalancha de múltiples imágenes, sonidos
y secuencias audiovisuales, etc., son entre otras, nuevas habilidades que debe
dominar cualquier sujeto para poder desenvolverse de modo autónomo en la era
digital o sociedad de la información.
Hasta la fecha, uno de los
papeles clave asignados al sistema escolar, ha sido el de la alfabetización del
alumnado en el dominio de la cultura impresa en sus dos dimensiones: la lectura
(es decir, la capacidad para obtener conocimiento a través de la decodificación
de los símbolos textuales) y la escritura (la capacidad para comunicarse a través
de dichos símbolos). A lo largo del s. XIX y XX hemos definido como persona alfabetizada
a aquella que dominada los códigos de acceso a la cultura escrita o impresa (saber
leer) y que a la vez poseía las habilidades para expresarse a través del
lenguaje textual (saber escribir).
Hoy en día, en un mundo donde la
comunicación se produce no sólo a través del lenguaje escrito, sino también a
través de otros lenguajes como son el audiovisual y a través de soportes físicos
que no son impresos (televisión, radio, ordenadores, ...) el concepto de
alfabetización cambia radicalmente. En la actualidad el dominio sólo de la lectoescritura
parece insuficiente ya que sólo permite acceder a una parte de la información
vehiculada en nuestra sociedad: a aquella que está accesible a través de los libros.
Una persona analfabeta tecnológicamente queda al margen de la red comunicativa
que ofertan las nuevas tecnologías.
¿Qué estamos sugiriendo? Que en
un futuro inmediato aquellos ciudadanos que no sepan desenvolverse en la
cultura y tecnología digital de un modo inteligente (saber conectarse y navegar
por redes, buscar la información útil, analizarla y reconstruirla, comunicarla
a otros usuarios) no podrán acceder a la cultura y el mercado de la sociedad de
la información. Es decir, aquellos ciudadanos que no estén cualificados para el
uso de las TIC tendrán altas probabilidades de ser marginados culturales en la
sociedad del siglo XXI. Este analfabetismo tecnológico provocará, seguramente,
mayores dificultades en el acceso y promoción en el mercado laboral,
indefensión y vulnerabilidad ante la manipulación informativa, incapacidad para
la utilización de los recursos de comunicación digitales. Desde 1996 el Estudio General de Medios
(EGM) está poniendo en evidencia que el acceso
a Internet en España, a pesar de su crecimiento constante, sigue siendo una fenómeno
minoritario y constreñido a determinados colectivos de la población. El análisis
de los datos nos indica, con todas las reservas y matizaciones que se
consideren oportunas, que en estos momentos en el contexto de la sociedad
española: 1. La inmensa mayoría de la
población (el 85%) no es usuaria de la principal red de información
representativa de la sociedad de la información. 2. El perfil medio del ciudadano que accede
a Internet desde España se podría definir como un varón adulto joven (menor de
30 años), con estudios universitarios, que vive en una zona urbana y de clase
media o alta. Expresado de otro modo,
podemos afirmar que hoy en día en el contexto de la sociedad española gran
parte de la población adulta está al margen de esa red mundial de comunicación
telemática conocida como Internet. Estos datos, junto con otros, nos permiten
prever que la desigualdad tecnológica agrandará todavía más las distancias culturales
y económicas entre unos y otros grupos sociales. Las Nuevas tecnologías de la
información y comunicación pueden separar más que unir. Estrechan la
comunicación entre quienes las utilizan, pero excluyen a quienes no. Es evidente que las políticas educativas
mucho tienen que decir en relación a evitar, o al menos, compensar estas esigualdades
en el acceso a la información y el conocimiento. Desde el sistema escolar,
desde los centros de formación ocupacional, desde instancias de educación no
formal como bibliotecas, centros municipales, asociaciones juveniles y culturales,
entre otras, será necesario articular medidas que favorezcan el aprendizaje y uso
de las TIC a los grupos menos favorecidos culturalmente.
El poder de los medios de
comunicación y de las nuevas tecnologías sobre la ciudadanía es abrumador. La
evolución, el desarrollo y el papel actual que juegan los mass media en
nuestras sociedades tiende a que éstos sustituyan a los ciudadanos en el ejercicio
del derecho de expresión y opinión y que a su vez, la gran mayoría de la ciudadanía
no sea consciente de dicha sustitución. Por ello la necesidad de incorporar al curriculum
una educación o para los medios de comunicación (Masterman, 1993) debiera ser
una tarea urgente no sólo con la intencionalidad de alfabetizar en el dominio de
los códigos y lenguajes expresivos de estos medios, sino y sobre todo por una
razón más poderosa: para formar ciudadanos que sepan desenvolverse
inteligentemente en un contexto social mediático. De
forma similar A. Pérez (1992) sugiere que la escuela debe replantear sus
funciones ante el nuevo contexto social, que entre otros rasgos, se caracteriza
por el predominio cada vez más acentuado de la cultura audiovisual. Por ello
afirma que: "Más que transmitir
información, la función educativa de la escuela contemporánea debe orientarse a
provocar la organización racional de la información fragmentaria recibida y la
reconstrucción de las pre concepciones acríticas, formadas por la presión reproductora
del contexto social, a través de mecanismos y medios de comunicación cada día
más poderosos y de influencia más sutil" (p.32). Esta
tendría que ser una de las funciones clave de la educación en este inicio del
siglo XXI: ayudar, capacitar a las personas adultas a tomar conciencia del
papel de los medios en nuestra vida social; a que conozcan los mecanismos
técnicos y de simbología a través de los cuales los medios provocan la
seducción del espectador; a promover criterios de valor que permitan a éstos
discriminar y seleccionar aquellos productos de mayor calidad cultural; sacar a
la luz los intereses económicos, políticos e ideológicos que están detrás de
toda empresa y producto mediático. En
definitiva, el papel de la educación de adultos en el nuevo contexto de la
sociedad de la información, sería ayudar a formar ciudadanos más cultos,
responsables y críticos ya que el conocimiento (en este caso sobre el potencial
y los mecanismos de seducción y concienciación de los mass media y las nuevas
tecnologías de la comunicación) es una condición necesaria para el ejercicio
consciente de la libertad individual y para el desarrollo pleno de la
democracia. Finalmente hemos de indicar
que las redes telemáticas de ordenadores, como Internet, pueden convertirse, a
medio plazo, en el catalizador del cambio pedagógico en muchos tipos de
instituciones educativas: universitarias, de educación de adultos, de formación
ocupacional, de educación a distancia, entre otras. Este cambio no debiera
consistir únicamente en la mera incorporación de las nuevas tecnologías al
servicio de los modelos tradicionales de enseñanza (el docente como transmisor
de contenidos a un grupo numeroso de alumnos en la clase, recepción y
fotocopiado de apuntes, memorización del contenido y reproducción en un examen,
horarios rígidos, etc.). El reto de futuro está en que los centros educativos
innoven no sólo su tecnología, sino también sus concepciones y prácticas
pedagógicas lo que significará modificar el modelo de enseñanza en su
globalidad: cambios en el papel del docente, cambios del proceso y actividades
de aprendizaje del alumnado, cambios en las formas organizativas de la clase,
cambios en las modalidades de tutorización
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